Monday, April 12, 2004

Ahora, después de tanta música y literatura, hay que despejar un poco la cabeza, ahuyentar a las musas... Y nada mejor para hacerlo que con un poco de crimen. Es mi primer texto en serio para el suplemento dominical de cultura del periódico donde laboro, y apareció a propósito de Monster, la película que trata sobre la vida y obra de Aileen Wournos, asesina serial (por favor, inhiban sus deseos de hacer bromas sobre el parecido entre "serial" y "cereal". No saben lo bobos y predecibles que se ven).

CON UN TOQUE FEMENINO

Cuando se supo del arresto de Aileen Wournos, a principios de los 90, los medios se dieron vuelo divulgando a los cuatro vientos que se trataba del descubrimiento de "la primera asesina serial". Nada más lejos de la verdad. Michael Newton, el autor de The Encyclopedia of Serial Killers (Checkmark Books, 2000), se burla de semejante aseveración de la mejor forma: con argumentos. Newton presenta lo que él considera el primer caso documentado de una asesina serial: Locusta la Envenenadora, a quien la historia describe como la ejecutora del Emperador Claudio y de su hijo en el primer siglo de nuestra era, pero al parecer sus víctimas fueron por lo menos otras cinco, aunque se desconocen sus nombres.

En 1984, Robert Ressler, el agente del FBI que acuñara el término de serial killer, enlistó las características generales que definen a un asesino serial después de varios lustros de investigación. Entre otras cosas, aseveró que 90 por ciento de ellos son hombres, y cifras más recientes indican que tal porcentaje ha variado muy poco. Sin duda, se trata de un 10 por ciento poco abordado por el cine; los casos de asesinas seriales han sido tocados en películas y documentales que no necesariamente han tenido la repercusión (distribución, exhibición, buen recibimiento de la crítica...) de que ha gozado Monster.

Después de ver el excelente trabajo realizado por Patty Jenkins en su reconstrucción de la vida y obra de Wournos, uno queda con la sensación de que será un trabajo que allane el camino para futuros filmes donde veamos reflejado ese femenino 10 por ciento. De ser así, uno espera que las hipotéticas películas encargadas de reflejar ese porcentaje se preocupen en captar con fidelidad y calidad las biografías de sus personajes, como lo hicieron Jenkins y la modelo y actriz sudafricana Charlize Theron. ¿Por qué? Porque de esa forma el espectador tendrá la oportunidad de conocer mejor, por la vía del celuloide, las historias de mujeres que traspasaron la delgadísima línea entre la cordura y la demencia, la calma y el desasosiego, entre lo lícito y lo ilegal.

Las mujeres de las que a continuación ofrecemos un perfil, han pasado ya a la historia por haber perpetrado terribles crímenes con los más diversos móviles, dando así un toque femenino al asesinato en serie.


Belle Gunness
Nació en Trondhjem, Noruega, alrededor de 1860, y emigró en su juventud a Estados Unidos. Se le conoce como la primera viuda negra del siglo 20. Fue responsable de por lo menos ocho asesinatos, que fueron descubiertos tras un incendio en la granja donde vivía. Ella murió durante el incendio, por lo que no pudo juzgársele. Al parecer, sus motivaciones eran económicas, pues cobraba los seguros de los esposos y pretendientes que murieron bajo la contundencia de su hacha.



  • Genene Jones
    En 1981, la calma en el área pediátrica del Hospital de Bexar County, en San Antonio, Texas, comenzó a verse alterada por la muerte de unos 25 niños. La mayoría de las muertes ocurrieron cuando los niños se encontraban bajo los cuidados de la enfermera Genene Jones, pero tardaron un buen rato en darse cuenta de la coincidencia. Sólo fue juzgada por dos de las muertes. En uno de los casos encontraron exceso de medicamentos en el cadáver; en el otro, se supo que Jones había administrado una sobredosis de anticoagulante a un pequeño que murió desangrado.



  • Christine Falling
    Nació el 12 de marzo de 1963 en Perry, Florida. Fue la segunda hija de un matrimonio formado por un anciano de 65 años y una muchachita de 16. Era obesa y sufría ataques epilépticos que sólo podían ser controlados con la frecuente ingesta de medicamentos. Cuando era niña, solía estrangular gatos o lanzarlos desde alturas fatales con el propósito de probar sus nueve vidas. Ya adolescente, Christine comenzó a trabajar como niñera. Entre febrero de 1980 y julio de 1982, cinco niños murieron bajo "sus cuidados"; había obedecido, según ella, a voces internas que le ordenaban: "Mata al niño".

    Bobbie Sue Terrell
    Woodland, un pueblito de Illinois, vio crecer a Bobbie Sue y la vio padecer el rechazo de los demás por culpa de su sobrepeso, su miopía y su timidez. La enfermedad fue un escenario habitual durante todo su desarrollo: cuatro de sus siete hermanos padecían de una agresiva afección que minaba día con día sus músculos; incluso, dos de ellos murieron antes de que ella llegara a los 15 años de edad. En 1973 terminó la preparatoria y escogió la enfermería como profesión, seguramente estimulada por las circunstancias familiares. Poco después de graduarse como enfermera se casó con Danny Dudley, con quien adoptó un hijo, pero pronto perdió la custodia tras mandar al pequeño al hospital con una sobredosis de tranquilizantes que en realidad eran para su esquizofrenia.
    Cuando se vio sola otra vez, su salud física y mental decayó rápidamente. En dos ocasiones se enterró unas tijeras en la vagina por la rabia y la frustración que le provocaba su infertilidad.
    Después de ser despedida una y otra vez de sus empleos, consiguió trabajo, en octubre de 1984, como supervisora de turnos en un hospital de San Petersburgo, Florida. Su horario: de 11 de la noche a 7 de la mañana.
    Durante noviembre de ese año más de una docena de ancianas murieron, la mayoría por sobredosis de insulina, incluso aquellas que no padecían de diabetes. En enero de 1985, Bobbie Sue estaba recluida en un hospital psiquiátrico y bajo investigación por varias de las muertes ocurridas en su turno. Fue hallada culpable de sólo cuatro. En febrero del 88 se le dictó sentencia: 60 años de cárcel.

    Betty Lou Beets
    En un pozo cercano a la casa rodante de Betty Lou Beets, en el poblado texano de Gun Barrel City, fueron descubiertos los cadáveres de su cuarto y quinto esposos. Habían sido ejecutados por ella al más puro estilo castrense: de un tiro en la cabeza. Mucho tiempo antes, Beets ya había purgado una pequeña condena por haber hecho lo mismo con su segundo marido. Betty representa el más acabado ejemplo de la asesina del tipo "viuda negra", cuyos crímenes, por cierto, fueron calificados por militantes feministas como "justificados", pues ella había sido víctima del abuso de sus cónyuges.



  • ¿Suenan interesantes los casos de estas cinco mujeres? ¿Son sólo cinco? No. Michael Newton da algunas cifras: en el 2000, año en que fue editada su enciclopedia, 48 mujeres estadounidenses esperaban su turno en el patíbulo, de las cuales seis eran asesinas seriales, lo cual equivale a igual número de historias de desesperación, angustia e ira llevada al extremo, todas ellas en espera de ser narradas, al igual que lo fue la de Aileen.


  • Aileen Wournos, pionera del female serial killing

    Thursday, April 08, 2004

    Perdón por este retraso de más de un mes. Para reivindicarme aquí les traigo una recomendación musical que hará las delicias de los fanáticos del sonido brasileño en la electrónica. Un disco que no debe faltar en sus fonotecas.

    LA HERENCIA DE UN INNOVADOR

    Suba pertenece a un grupo de renovadores de la música brasileña cuyas aportaciones han sido pocas (aunque sustanciosas), debido a que el infortunio ha metido sus narices para dejar inconclusas sus biografías.

    Chico Science, creador del “mangue”, una fusión de rock, hip hop y ritmos brasileños, murió a los 30 años en un accidente automovilístico; Rafael Rabello, considerado uno de los guitarristas más grandes de todos los tiempos, falleció a los 33 años (según unos, de un paro respiratorio; según otros, de sida), y Suba murió de asfixia a los 36 años tras un incendio ocurrido en su casa-estudio.

    ¿Pero quién fue Suba? Era el nombre que había adoptado Mitar Subotic, músico originario de la ex Yugoslavia que, apenas conoció Brasil, decidió declarar abiertamente su pasión por ese país y sus ritmos...

    Entonces decidió autonombrarse Suba. Así se le conocía, así firmaba sus creaciones y producciones, y así nos referiremos a él.

    Suba llegó a São Paulo a los 29 años con una beca de la UNESCO. Su intención era clara: enriquecer su visión de músico y productor con las tonalidades y conceptos que caracterizaban la música brasileña. Ya instalado, puso su sensibilidad a trabajar: estimulado por el sentimiento y el color de lo que escuchaba, empezó a crear ambientes y texturas que rezumaban cadencia e innovación. Pronto comenzó a ser conocido por esa habilidad y a ser requerido en la producción de materiales para teatro, desfiles de modas y publicidad. Pero fue hasta su trabajo como productor del disco Tanto Tempo de Bebel Gilberto que Suba comenzó a figurar fuera de las fronteras brasileñas.

    São Paulo Confessions, su primer álbum como solista, sólo necesitó ver la luz para comenzar a ser alabado de todas las maneras posibles por críticos, músicos y melómanos. La diversidad étnica, la elegancia ultramoderna y las injusticias sociales que pueden hallarse en esa megalópolis le habían inspirado para componer 12 tracks en los que se entreteje de manera virtuosa el ruido con la melodía, el sentimiento brasileño con la precisión de los sintetizadores y las cajas de ritmos, la samba callejera con el tecno. Se trataba, pues, de un álbum con los ingredientes necesarios para fijarlo en la memoria musical de Brasil y del mundo a pesar de la muerte de su autor el mismo año en que fuera editado.

    “La música brasileña es tan rica que conforma un planeta en sí misma. Cada 500 kilómetros hay un nuevo ritmo, un nuevo estilo, auténtico, delicioso, único”, solía decir Suba sobre su percepción de la naturaleza rítmica del país que lo adoptara. Y en São Paulo Confessions se preocupó por plasmar esa devoción y aportarle su vueltecita de tuerca.

    Entre quienes contribuyeron con su talento para hacer extraordinario este álbum se encuentran el percusionista João Parahyba y la cantante Cibelle, además de las intervenciones de otros vocalistas invitados, como Katia B., Taciana, Joana Jones y Arnaldo Antunes, y las guitarras de Roberto Frejat y Edgar Scandurra.

    Todos ellos forman parte de un disco que fue descrito en su momento como un puente al nuevo milenio, algo que sería escuchado y estudiado los años siguientes, en parte gracias a que uno tiene la impresión, mientras lo escucha, de estar viajando a territorios desconocidos y misteriosos que nos impresionan, nos seducen, nos atraen...

    Si usted se siente atraído incluso antes de haberlo escuchado, podrá encontrarlo en el catálogo de la disquera Six Degrees, cuya serie viajera pretende llevar hasta nuestros oídos lo mejor de la música tradicional y contemporánea de todo el mundo, intención que, por lo menos en este caso, consigue de manera inmejorable.

    São Paulo Confessions, de Suba. Six Degrees Records, cuesta 193 pesos y puede conseguirse en el departamento de World Music de Mixup.