Friday, December 12, 2003

Ahora comparto con ustedes el comentario a un libro locochón; espero que las siguientes líneas transmitan medianamente la rareza y la diversión que experimentará quien logre conseguirlo (será un poco difícil, je, je).

UN PERIPLO PROVOCADOR

Tras ser expulsados de Edimburgo, Medlar Lucan y Durian Gray, los autores de El viajero decadente, aceptan una encomienda de sus editores: a cambio de una gran cantidad de dinero, deben volver a blandir la pluma para exponer sin ninguna clase de recato su transgresor concepto sobre otra de las pasiones burguesas: los viajes.

Con El libro de cocina decadente y El jardinero decadente, estos dos autores ya habían hecho lo propio con el goce gastronómico y la afición por cultivar y apreciar la flora del jardín particular. De esa forma se hicieron de un público ávido de sus aventuras, y ahora vuelven para satisfacer esas expectativas con más de 200 páginas de material irreverente, que es descrito en la introducción como "un apestoso popurrí compuesto de anécdotas de viaje, opiniones conflictivas, mentiras, recuerdos, referencias literarias, frases en lenguas extranjeras y facturas de hotel sin pagar".

En el libro se descubre qué fue lo que les sucedió a Lucan y a Gray a partir de la clausura de su restaurante, "El Decadente", y su expulsión de Edimburgo, además de que en él comparten sus experiencias durante los días por San Petersburgo, Nápoles, El Cairo, Tokio, Nueva Orleans y Buenos Aires al mismo tiempo que harán saber al lector su preferencia por tener como únicos compañeros de viaje a sus autores favoritos, entre los que se cuentan Charles Baudelaire, Aleister Crowley, Oscar Wilde y Gustave Flaubert. Sin embargo, las referencias literarias irán variando según el lugar donde se encuentren.

En el capítulo referente a San Petersburgo incluyen citas de Alexandr Pushkin y registran uno que otro chismecito apoyado en historiadores especialistas, como ese de que Jean Baptiste Alexander Le Blond, el arquitecto francés responsable del plano general de la urbe, murió tras recibir una paliza de manos de Pedro el Grande, que estaba descontento por unos detalles sin importancia. O en las páginas que hacen alusión a Nápoles, uno de los primeros comentarios tiene que ver con el Marqués de Sade, pues Gray desea fervientemente que su visita coincida con unos de los festivales napolitanos descritos por el escritor francés, supuestamente donde la gente se disputa, con navajas en mano, pedazos de carne de buey en plena comilona.

El viajero decadente se presenta a sí mismo como un antídoto contra lo que Lucan y Gray llaman un mundo de pesadilla hecho de mochilas, duty-free y gastroenteritis.

En la sección del libro titulada "Turismo púrpura" consignan su filosofía del viaje, y quizá en él se hallen las pistas para descifrar el discurso alarmante de estos dos seres que se autodefinen como dos profesionales de la vagancia, a lo que bien podría añadirse que también lo son del desenfreno, la irreverencia y la provocación.

La redacción de esta bitácora desquiciada estuvo a cargo de Alex Martin y Jerome Fletcher, quienes supuestamente tuvieron que recopilar y ordenar todo el material que Lucan y Gray entregaron. Y digo supuestamente, porque bien podrían Lucan y Gray ser fruto de la mente de alguien más, un seudónimo detrás del cual se oculte un admirador de Oscar Wilde y de su forma de vida, esa inclinada hacia el goce estético, la vanidad y los caminos de la perdición.

El viajero decadente, de Medlar Lucan y Durian Gray.
Colección Pérfidos del Bronce, Ediciones del Bronce, 231 págs., 208 pesos en Gandhi.

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