Saturday, March 06, 2004

Esta vez, el comentario de un libro sobre esa ciudad de estimulante vibra y más estimulantes platillos. Ojalá se les antoje, más que leer el libro, conocer de cerca (o regresar a) Oaxaquita.


OAXACA CAPTURADA EN UN PAPEL

Cuando decida visitar Oaxaca y visite el Templo de Santo Domingo, concluya su recorrido con una inmersión, tan previsible como indispensable, en la tienda de recuerditos, que en este caso es en realidad una librería Educal (de Conaculta), y diríjase a la mesa donde se exhiben títulos alusivos a distintos aspectos de la cultura oaxaqueña (historia, gastronomía, literatura de viajes...).

Ahí, muy cerca de Diario de Oaxaca, de Oliver Sacks (con ediciones en inglés y en español), encontrará seguramente un librito bastante más modesto que el del escritor y neurólogo, uno de bastantes menos páginas y sobrio aspecto. Oaxaca, crónicas sonámbulas es su título, y Fernando Solana Olivares, su autor. Este viajero ilustrado recomienda comprar ambos, aunque esta ocasión nos concentraremos en el segundo.

El libro de Solana no pretende capturar toda la riqueza de ese estado que ha conmovido a propios y extraños (arrogante sería si así fuera, y de varios tomos el intento); de hecho, ironiza al respecto diciendo que Oaxaca puede reproducirse por completo en una hoja de papel. ¿Cómo? Arrugándola en el puño para después extenderla; así, esa hoja de 28 por 21.5 centímetros y las cicatrices formadas en ella constituirían una verdadera metáfora de su orografía atormentada.

Al respecto de semejante abundancia de protuberancias naturales, nos enteraremos de que Francisco de Ajofrín, viajero del siglo 18, comentó que ahí, en Oaxaca, se tenía la impresión de que Dios hubiera puesto todos los cerros y montañas que le sobraron después de formar el mundo, claro, a manera de elogio; pero en sus alabanzas también se incluyó el decir que la ciudad era amable, y su clima, excelente. Al parecer, tal llegó a ser la fama de su clima que incluso Nietzsche pensó en venir a Oaxaca creyendo que la situación atmosférica oaxaqueña aliviaría en algo su enfermedad. ¿Pero cómo se enteró el filósofo de la existencia de nuestra joya serrana? Según podemos leer en Oaxaca, crónicas sonámbulas, pudo haber sido gracias al fotógrafo francés Désiré Charnay, quien publicara un libro de ciudades y ruinas por ahí de 1860.

Para darnos a conocer datos como el anterior, Fernando Solana se auxilia de sus herramientas como escritor pero también de las de periodista, lo que resulta en una mezcla poco ortodoxa de ensayo, diario de viaje y testimonio de lecturas, visitas y degustaciones, como puede adivinarse en el capítulo dedicado a la estancia de Malcolm Lowry por aquellos lares. En él nos enteraremos, gracias a Douglas Day, biógrafo de Lowry, de que el inglés viajó a Oaxaca en diciembre de 1937 en busca de lo que llamaría su propia Ciudad de la Noche Terrible. Se hospedó en el Hotel Francia y se dedicó a investigar el mezcal con su método predilecto, el empírico.

Para casi todo el mundo, Oaxaca es una ciudad alegre con clima perfecto, pero para Lowry fue una pesadilla: entre muchas otras cosas, escuchó cómo eran sacrificados dos cervatos en el comedor de su hotel y vio desangrarse a dos enormes tortugas en una banqueta. Sin duda, se trató de la estancia de un Virgilio apellidado Lowry durante su descenso a los infiernos oaxaqueños.

Pero no hay que exasperarse ni indignarse ante semejante imagen de nuestro Oaxaca, pues también sabremos que sus maravillas estimularon textos halagüeños de gente como Italo Calvino, quien describe su sorpresa al momento de conocer la magnificencia añosa del árbol del Tule.


Oaxaca, crónicas sonámbulas, de Fernando Solana Olivares, Col. Cuaderno de viaje, Conaculta, 1994, 162 págs., 50 pesos en las librerías Educal.